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lunes, 14 de mayo de 2012

Los ganadores del concurso CARDIOPOEMAS


Las carreras en la playa
Samuel García Rodríguez

Maldecibles, libres y atenazantes 
constriñen las tuberías
imperceptibles grilletes presentes 
bajo la férrea corteza
rellenos de humo y sangría, 
y de botellas vacías
que lejos de darme alegría 
constituyen mi tristeza.
Fueron nocivos pasatiempos
los infames excesos de ayer 
que flaquean hoy mis músculos
y ya apenas me permiten ver.
Y ahora mi voz temblorosa
con el corazón quebrado
salpica con la tragedia
aquellos que me han amado.
Ya no es posible evitar
que regrese a mi memoria
lo que no debí olvidar:
la bici y la ensalada.
Pero cuando yo me vaya
que se cuente de mi historia
las carreras en la playa
y una reina: la cuchara.





En hora
Juan Leyva Martínez
Hasta hace poco
no sabía nada de ti
prefería no saber
y seguir con mi vida.
Creía que eras
algo de la juventud,
sus amores, sus temores.
Cosa de los árboles
que en su corteza
te dibujan con flechas.
Cosa de ciencias naturales
con sus dibujos y esquemas,
de sentimientos,
de coraje,
de núcleo.
Hasta que me dijeron
que estabas enfermo,
maltratado
y me diste un vuelco;
pensé en ti
en alguna canción
y en ese diálogo antiguo
que tienes conmigo
y decidí escucharte
hacerte la vida fácil:
surfear la sangre,
lavar las arterias,
repasar el mecanismo,
no quiero verte gastado
ni encogido
ni en un puño.
Soy tu relojero
y quiero darte cuerda
para vivir a punto.






Fin de fiesta
Juan Pablo Sánchez Miranda
Baila el músculo en la oscuridad de un cuerpo
movido por los acordes entonados de su dueño.
Un riachuelo de vida lo nutre mediante canales inquietos,
oh elixir de vida, regalo del cielo,
maquinaria perfectamente engrasada por los dedos invisibles del sueño.
Quisiera ser pájaro y volar,
y ver los tejados acariciados por la brisa lunar.
Quisiera ser pez para surcar mil mares
buceando entre flores de coral
o buscando solitarias islas donde sólo moran
vapores perdidos de estrellas fugaces.
Sin embargo, algo lo ata,
una trampa con gruesos nudos de la que no puede escapar.
Quiere vivir, quiere luchar,
pero ésta lo oprime y le impide respirar.
De pronto, el riachuelo se seca.
Su fuerte caudal se vuelve fino hilo de seda
y el baile se disuelve en su oscuridad eterna.
Enloquece la música
quedando el aire impregnado de un polvoriento olor a ausencia.
Y un dolor penetrante irrumpe en su celda
extendiéndose más allá de sus fronteras.
Se acabó la música.
Se acabó la fiesta.
Desapareció el incesante tic tac bajo la frialdad de la tierra.
Y ahora el río se lamenta.
Ojalá hubiera mimado al tierno líquido de su caudal.
Ojalá hubiera escuchado los sabios consejos que le advertían de su mal.
Mas todo eso es en vano,
pues ya no hay marcha atrás,
ni corazón,
ni vida,
ni dueño.
Sólo quietud y silencio…
y silencio…
y silencio